Conocé la historia del club salteño, un fiel exponente del espíritu de abajo. El nomadismo constante, la ilusión de un terreno propio y el golpe bajo de una nueva mudanza. Todo en esta nota de Desde Abajo Rugby.
En el extremo norte del país, a casi 1.800 kilómetros de la Capital Federal y arrinconada contra las fronteras de Bolivia y Paraguay, se alza la ciudad de Tartagal, cabecera del Departamento General San Martín y hogar de cien mil habitantes. Allá, en la segunda localidad más importante de Salta, subsiste el Tartagal Rugby Club, una institución fiel al espíritu de abajo.
La pelota de rugby irrumpió en Tartagal a mediados de los ochenta, luchando por ganarse un lugar en un territorio conquistado por la redonda. El club, como cualquier otro club de abajo, nació desde una utopía y se hizo realidad a través del esfuerzo sin descanso de personas que pusieron el cuerpo y bancaron la parada.
El club tramitó la personería jurídica hace cuatro años y esta semana logró un hito histórico: se convirtió en socio activo de la Unión de Rugby de Salta, lo que le da voz y voto en las decisiones institucionales.
Pero esa conquista quedó empañada por lo que hasta aquí ha sido una constante en su vida: el nomadismo. Tartagal RC nunca tuvo un terreno propio, lo que lo empujó a incontables mudanzas a lo largo de su historia. La falta de una casa propia conspiró, además, contra su crecimiento.
“Siempre funcionamos adentro de otros clubes que no tenían nada que ver con el rugby, en el predio del Regimiento y en un predio privado de Edesa (empresa de energía de Salta). Y esa situación nos limitó siempre, ya que el predio o lugar que nos prestaban era para instalar solamente una cancha que utilizábamos para jugar los campeonatos y para los entrenamientos de las divisiones Infantiles, Juveniles, Superior y, en estos últimos años, Femenino”, comienza su relato Dante Parra, quien asumió la presidencia en septiembre de este año.
Los trastornos por las múltiples mudanzas se hicieron sentir desde el nacimiento del club. “Es todo comenzar de cero, con el desgaste que eso implica en los jugadores, padres y dirigentes, ya que nunca pudimos dedicarnos de lleno a pensar en jugar o en desarrollarnos, sino que siempre estamos pensando a dónde tendremos que ir a parar la próxima vez que nos corran del lugar donde estamos. Todo esto nos impidió siempre planificar a largo plazo, situación normal que sucede en cualquier lugar”, señala.
Cada movimiento implica un reseteo general de las actividades, de la vida misma del club. Así lo cuenta Parra: “En esos lugares siempre estuvimos hasta que cambiaba el presidente del club o el jefe del Regimiento y decidía que no quería tener rugby en su predio. Eso nos obliga a ser un club nómada. En cada mudanza perdimos divisiones o jugadores, ya que al predio que íbamos generalmente era más chico o más limitado. De hecho, así perdimos la división de hockey femenino en la última mudanza, porque en el terreno actual no tenemos espacio”.
El predio actual –de unas dos hectáreas– está ubicado en la entrada de Tartagal, sobre el acceso sur a la ciudad. Pese a la promesa inicial del dueño, quien se los había prestado por cinco años con la condición de que lo cuidaran y evitaran su usurpación (“Una práctica habitual por esta zona”, cuenta Parra), ya comenzaron las amenazas de desalojo cuando apenas van dos años de ocupación. La fecha límite es junio de 2015.
La noticia fue un balde de agua helada. “Hemos trabajado mucho en ese terreno, nivelándolo y sembrando césped, colocando luminarias y manteniéndolo lleno de chicos que diariamente realizan aquí sus actividades. Pero, al parecer, el dueño lo vio lindo al lugar y ahora quiere que nos vayamos para poder lucrar con el alquiler de canchas de fútbol 5 y 11 en el mismo sitio donde ahora están las de rugby infantil”, lamenta el titular del club.
Para Parra, el mayor problema es la ausencia de una cultura de club: “Desgraciadamente en la zona la noción de club, como lo tienen otras ciudades, no existe. Es decir, no se considera al club como un lugar donde un padre puede llevar a su hijo a jugar al rugby, y que luego también se sume su hija a jugar al hockey y el fin de semana se reúna toda la familia a comer algo o a festejar los cumpleaños de sus hijos. No se lo ve como un lugar de contención, no solo de los chicos sino también de la familia”.
Nuevos rumbos
Con la fecha de desalojo cada vez más cerca, el club ya salió a buscar nuevos rumbos: un lugar que se ajuste a las necesidades básicas (jugar los partidos oficiales del campeonato). Además, la búsqueda también contempla un sitio de entrenamiento para todas las categorías.
También está la promesa –siempre vigente- de adquirir un terreno fiscal con el apoyo del Gobierno Provincial. Pero, según cuenta Parra, las trabas burocráticas se cuentan de a decenas y todo siempre termina en la nada.
De abajo
Tartagal RC es un club de abajo. Tiene aproximadamente 300 socios (sin contar la división de hockey perdida en la última mudanza, la cual esperan recuperar en un futuro), pero la gran mayoría no tiene recursos suficientes para afrontar el pago de la cuota social. Cien chicos están inscriptos en las categorías infantiles, pero también hay una M-16, una M-18 y el Plantel Superior.
La Municipalidad de Tartagal le otorga al club un subsidio mensual de $3.000 entre los meses de marzo y noviembre que sirve para pagar gastos básicos: la luz del predio (que, por otra parte, no tiene agua corriente) y algunos materiales de entrenamiento. Además, con la cuota que pagan algunos jugadores de la Primera se costean otros gastos menores.
La Primera del club juega en la División Pre Intermedia de la Unión de Rugby de Salta. Pero las distancias son otro factor limitante. “Este año apenas pudimos jugar con equipos de la zona, ya que nosotros estamos a 350 kilómetros de la capital, y a los equipos salteños no les gusta venir a jugar a Tartagal y a nosotros se nos hace muy pesado económicamente viajar semana de por medio a jugar a Salta, debido a que el alquiler de un colectivo costaba $11.000 a comienzos de año”, relata.
Por ese motivo, durante el 2014 sus únicos rivales fueron equipos de localidades cercanas que también se encuentran en pleno desarrollo. Esa condición les impidió rozarse con adversarios de nivel superior, con todo lo que eso implica: “Lo que ahorramos en dinero lo perdimos en juego y en competitividad, ya que la competencia real está en jugar con los equipos de Salta capital”, agrega Parra, y aclara que las divisiones juveniles casi no jugaron durante el año porque esas localidades solo tienen equipos de mayores.
“La verdad es que con la cantidad de habitantes que tiene nuestra ciudad, tenemos un potencial de crecimiento inimaginable, por lo que pienso que la disposición de un terreno grande para nuestro club sería una solución maravillosa, no solo para nosotros sino para la ciudad, ya que se puede llegar a captar mucha más cantidad de chicos y ampliar la práctica de otros deportes, como el hockey”, concluye.
*Credito: Desde Abajo Rugby