PladAR: Amateurismo, profesionalismo, o el perfecto equilibrio

La decisión de no aceptar jugadores rentados, reinauguró desde el seno de la URBA, el viejo debate sobre las ventajas y desventajas del amateurismo y del profesionalismo.
La decisión de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA), de no admitir - desde el año próximo - a jugadores que formen parte del Plan de Alto Rendimiento (PladAR), reabre de manera directa el viejo debate sobre amateurismo y profesionalismo.
A favor de algunos conceptos hoy defendidos por la URBA, juegan ciertos aspectos importantes, porque es innegable que la estructura de clubes de Buenos Aires tiene sus logros, y muchos de ellos son reconocidos mundialmente.
Ahora bien, el rugby amateur y el rugby rentado difieren sustancialmente en muchísimas cosas, aunque claro está, siempre hay diferencias de base: no es lo mismo el rugby amateur de Buenos Aires que el de México, ni es igual el Súper 10 italiano al Súper 14 del hemisferio sur.
Allí, las diferencias no radican sólo en la popularidad o el dinero, sino también en cómo cada región interpreta al deporte.
El amateurismo permite, muchas veces, la conservación de algunos valores cada vez menos frecuentes en el mundo de nuestros días. Claro que el amateurismo llevado al deporte debería medirse en partes iguales: los clubes y las Uniones no deberían aceptar publicidades, pero si lo hacen, entonces los jugadores deberían tener el mismo derecho a exigir remuneraciones. En definitiva, se es amateur o no se lo es.
El profesionalismo, por su lado, ofrece también ventajas y desventajas. Lo mejor de un certamen rentado es que les permite a sus protagonistas vivir expresamente de y para lo que más les gusta, incluyendo, como corresponde, la posibilidad de cobrar o recibir beneficios por las ganancias que ellos mismos generan.
Las contras surgen cuando el dinero confunde a quienes deben procurar el equilibrio.
Por ejemplo, ¿sería buena una futbolización del rugby? No. ¿Porque el fútbol es malo? No, porque el fútbol tiene muchas cosas negativas que el rugby todavía puede evitar, aunque… ¿el fútbol es malo porque los jugadores cobran un sueldo, o en realidad es malo que los dirigentes y los jugadores – al menos algunos de ellos – entren en manejos turbios a raíz del dinero?
Cuando observamos esas cosas y volvemos la mirada al rugby, vemos con muy buenos ojos que los jugadores permanezcan en sus clubes, en vez de cruzar a la vereda de enfrente por algunos pesos. Pero, ¿es tan así?
Lamentablemente, el rugby argentino ha sufrido, y continúa sufriendo, la pérdida de numerosísimas figuras. Buenos Aires es sólo un ejemplo, con casos como Juan Martín Hernández, Gonzalo Tiesi, Juan Martín Fernández Lobbe, Felipe Contepomi… Pero, ¿qué hay de los verdaderos éxodos que sufrieron Córdoba, Tucumán y hasta Mendoza?, con jugadores que en muchos casos debieron optar por irse al exterior para vivir la experiencia de un rugby completo, a cambio de una paga muy poco significativa.
En los casos de talentos inhabituales, como los de Hernández, Contepomi y Fernández Lobbe, son inevitables sus partidas a las mejores ligas, algo que, por otra parte, no resulta para nada cuestionable, a excepción de que por un largo tiempo no se los podrá ver en vivo.
Para todo lo demás existe el PladAR. No, por supuesto que no, pero el plan de la UAR podría transformarse en un primer paso para solventar el fortalecimiento de nuestros rugbiers locales, o al menos, para prepararlos en pos de que su partida inevitable se produzca en las mejores condiciones, es decir, sin la necesidad de pagar un derecho de piso extra, como sucede hoy en muchos casos, a raíz de las diferencias físicas y del ritmo de competencia.
Tal vez, después de todos los avatares que han sufrido los Pumas en su variable relación con la UAR, y después de todos los talentos que surgieron de la URBA, para brillar en el exterior, sea el momento de hacer a un lado las posturas irreversibles, y evaluar lo que realmente sería mejor, no sólo para los clubes, sino también, y principalmente, para los jugadores.
Tal vez sea el tiempo de encontrar el perfecto equilibrio entre lo mejor que puede ofrecer el tan logrado amateurismo argentino, y lo mejor de un profesionalismo que, por cierto, debería estar muy lejos de cosas como “colocarle el nombre de una empresa a la denominación de un club”, algo realmente chocante, de lo cual pueden dar fe nuestros lectores españoles.
* Fuente: Ariel Bertolini para el www.elrugbier.com